25 de Noviembre – Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer

En pleno siglo XXI, la violencia contra las mujeres, las adolescentes y las niñas es una realidad cotidiana, una práctica sistemática y una forma extrema de discriminación.

En ningún espacio, público o privado, las mujeres están completamente seguras. En todos los lugares corren riesgos por el hecho de ser mujeres. El hogar, que en principio debería ser el lugar donde las personas se sientan más protegidas y en confianza, se convierte en el lugar más peligroso y son precisamente hombres cercanos (parejas, exparejas, padres, familiares, amigos o conocidos) los principales agresores. Según un estudio realizado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, cada día 137 mujeres son asesinadas en el mundo por algún miembro de su familia.

También hay riesgos de sufrir violencia por el hecho de ser mujer en los espacios deportivos, recreativos, en los centros educativos, en las universidades, en los lugares de trabajo, centros de salud, hospitales, parques y en general en cualquier ámbito del accionar humano. En estos casos, ¿quiénes son los agresores?

El entrenador que acosa sexualmente a la deportista que está entrenando, que la manosea o que pretende disponer del cuerpo de la mujer a cambio de una beca, la participación en un campeonato o cualquier otra prerrogativa. El profesor que violenta sexualmente a la estudiante o el compañero de clase que abusa de ella por el hecho de ser mujer. El jefe que condiciona un ascenso laboral o salarial a cambio de sexo y acosa a su subordinada. El médico que se vale de su posición de autoridad para violentar a su paciente. El trabajador de la construcción que se cree con derecho de decir palabras soeces contra las mujeres que pasan por una obra… En fin, cualquiera que, amparado en la desigualdad social que subordina a las mujeres, agrede, violenta sexualmente y abusa del cuerpo de las mujeres, ataca su integridad física, psíquica, emocional y obstaculiza su desarrollo autónomo como persona.

En todos estos casos lo que determina la violencia son las relaciones desiguales y asimétricas de poder en las que las mujeres se encuentran en una posición de subordinación y desventaja.

La violencia contra las mujeres: La construcción de un concepto

El 20 de diciembre de 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, instrumento que definió por primera vez lo que esto significaba en su artículo 1: “por ‘violencia contra la mujer’ se entiende todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada”.

Así las cosas, quedó establecido que lo que distingue este tipo de violencia es que se dirige contra las mujeres por el hecho de serlo. Esto le da su especificidad.

Es importante que se entienda la magnitud de este tipo de violencia y las razones por las cuales se considera distinta a otras manifestaciones de violencia social o política.

Por ejemplo, a los hombres los asesinan por distintas razones; por su origen étnico, condición socioeconómica, ideología política, religión, nacionalidad, entre otras, pero los hombres heterosexuales que responden a los roles y las expectativas que la sociedad les ha asignado, no los matan por ser hombres. Distinto a lo que ocurre con los asesinatos de transexuales u homosexuales cuando se trata de crímenes de odio, cuando los matan por su orientación sexual o por su identidad de género, o ambas.

En cambio, en el caso de las mujeres, la situación es diferente. Los riesgos existen únicamente por el hecho de ser mujeres y se mantienen a lo largo de su trayectoria vital.

El ciclo de vida y la violencia contra las mujeres, las niñas y las adolescentes

Antes de nacer la violencia se manifiesta en los abortos selectivos. Esto significa que, cuando se sabe que va a nacer una niña porque así lo indica el ecosonograma, se decide la interrupción del embarazo, ya que solo se quieren hijos del sexo masculino.

En la niñez y la infancia también hay un conjunto de riesgos que enfrentan las niñas, entre ellos están los abusos físicos, sexuales y psicológicos; matrimonio infantil; pornografía y prostitución infantil; incesto; acceso diferenciado a la salud, la alimentación o la educación (en estos casos se privilegian las necesidades de los hijos varones sobre las que tienen las hijas mujeres).

Durante la adolescencia y la adultez se exacerban los riesgos. Así las cosas, las mujeres se ven sometidas a violencia durante el noviazgo, el matrimonio y en general en el contexto de relaciones de parejas; abuso sexual y acoso en distintos espacios; a la trata de personas; a la explotación sexual y a otras manifestaciones de violencia dirigidas a las mujeres por el hecho de serlo.

Las mujeres adultas mayores no escapan de este continuum de violencia, el cual ha estado presente en su recorrido vital. Se ven expuestas a violencia económica y patrimonial cuando son despojadas de sus bienes y patrimonio; los abusos que se cometen contra las viudas en ciertas culturas; la sobrecarga laboral causada por las labores de cuidado a edades avanzadas, cuando no tienen otra alternativa; el acceso diferenciado a servicios de salud, entre otros.

Violencia contra las mujeres, las adolescentes y las niñas en Colombia

Según información suministrada por la Fiscalía de la Nación, en el año 2020 se registraron 110.071 víctimas de violencia intrafamiliar, de las cuales 83.023 fueron mujeres, es decir, el 75,43% de los casos, mientras que los hombres fueron 22.409, lo que representa el 20,36% y 4,21% de casos que no registran el sexo de la víctima.

Estos datos permiten demostrar que la violencia intrafamiliar no afecta de manera similar a hombres y a mujeres, no es genéricamente neutra, sino que tiene un impacto desproporcionado en la vida de las mujeres y ello justifica la necesidad de que el Estado, la sociedad y todas las fuerzas vivas que conviven en el territorio colombiano desarrollen distintas acciones, estrategias y medidas que pongan fin a este flagelo, para que las mujeres, las adolescentes y las niñas en Colombia tengan asegurado el derecho humano a una vida libre de violencia.

El departamento de La Guajira no escapa de esta terrible realidad. Si se toma en cuenta únicamente las cifras sobre feminicidio, que es la forma extrema de violencia contra las mujeres ya que implica el asesinato intencional de una mujer por el hecho de serlo, se puede comprobar que hubo un aumento del 75% en este tipo de delito en el primer semestre de 2020 en esta entidad territorial, en comparación con el mismo periodo de 2019, según informa el Observatorio de Violencia Contra la Mujer del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses.

Ante esta realidad, agravada por el Covid-19 que ha generado un aumento de la violencia contra las mujeres –lo que lleva a señalar que las mujeres viven una pandemia en el contexto de otra pandemia–, se desarrolla en La Guajira el proyecto “Tejiendo lazos y redes sostenibles por una vida libre de violencias” (proyecto TELARES) que busca contribuir con la prevención, atención y erradicación de esta violencia.

El proyecto TELARES se une a otras entidades nacionales e internacionales este 25 de Noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, para “Pintar el mundo de naranja: ¡financiar, responder, prevenir, recopilar datos sobre la violencia contra las mujeres, las niñas y las adolescentes!”, medidas necesarias y obligaciones del Estado para que las mujeres avancen en el ejercicio de sus derechos.

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